La deuda (Cristóbal Tabilo)

En esa esquina se sentía el espíritu de la jornada, convivían los métodos: a una cuadra se veía una barricada; más cerca, un grifo rebalsando; en esta orilla señaléticas como baquetas invitaban a los bocinazos; y atrás quedaba la vieja sapeando con los guardias motorizados”

Ese año habíamos recién formado la banda. Llegando agosto ya estábamos los cuatro integrantes, pero teníamos solo tres temas propios, por lo que necesitábamos más ensayo. Acordamos juntarnos el día jueves un par de horas después de la pega en la casa del vocalista. Sólo llevamos las guitarras de palo: la voz ya estaba y la batería consistiría en golpear lo que estuviera a mano para llevar el tiempo. Pero el día acordado todos llegamos atrasados.

Por mi parte, tenía planeado ir a la marcha estudiantil citada a las 18:00 hrs., de manera que iría después del trabajo y luego me pasaría al ensayo, por lo que llevé una mochila con ropa de cambio, más cómoda para la marcha y después para vacilar con los cabros. Como la represión fue muy dura con los secundarios a mediodía, y el revuelo causado era generalizado, se asumía una especie de caos en Santiago, así que nos dejaron salir antes del trabajo. Me cambié de ropa y me fui directamente al Parque Bustamante a la salida del metro, justo frente a la Plaza Italia.

La tensión era evidente, los pacos nos correteaban sin provocación. En la práctica, no estaban permitiendo que nos agrupáramos, aunque sea en el parque. Recuerdo haber estado con más gente (unas 20-30 personas) rodeados por pacos a caballo. Nuestra meta era simplemente no movernos, lo mínimo era defender nuestro derecho de reunión: era un parque no un corte de calle (aún). Y en medio de esa tensión, ellos alejándonos de la Alameda, nosotros forcejeando por quedarnos, veo encima de nosotros una lata que estalla y comienza a caer junto al humo blanco que incita la estampida.

Lo que siguió fue: bajar por el parque, armar barricadas, cortar la calle, usar los vehículos espontáneamente como trincheras. Ya había oscurecido y los grupos anónimos y de desconocidos se habían repartido las esquinas. En Santa Isabel con Vicuña Mackenna recuerdo mi último episodio antes de ir a reunirme con los demás. Llegaron frente a nuestra barricada tres motoristas. Nuevamente, la misma tensión del principio. Pero esta vez se desató por nosotros. Uno de los muchachos se acercó disimuladamente frente a uno de los pacos en moto y cuando lo tuvo a menos de un metro de distancia, le soltó un manotazo, las motos arrancaron, cruzaron la calle y pasaron raudamente por mi lado, volaron las piedras y una de ellas dio de lleno en mi pierna, muslo derecho según recuerdo. No sabía cuánto dolían los piedrazos.

Me fui caminando al ensayo pensando que las barricadas ya iban amainando. Media hora después, al llegar casi sincronizados, los cuatro teníamos historias propias que contar. Uno había andado rodeando Plaza Italia en bicicleta contemplando con el ardor del ojo los disueltos fuegos que subían por el río. Los otros dos atravesaban el huracán de polvo que iba abriendo a la vez nuevos focos paralelos a la Alameda, la avenida prohibida.

Esos cuatro testimonios ya nos decían que esta vez había sido distinto, pero lo que no sabíamos era que no había acabado. Teníamos las guitarras de palo, la voz y lápiz en mano, pero a falta de batería se oían los primeros cacerolazos. Repasamos los tres temas, fumamos y decidimos tomar un descanso: fuimos en búsqueda de las cacerolas. Llegamos a la esquina de Nataniel Cox con Santa Isabel y nos encontramos a los vecinos golpeando, con el ritmo repetido de otros años… como diciendo que ojalá esta vez cambie algo.

En esa esquina se sentía el espíritu de la jornada, convivían los métodos: a una cuadra se veía una barricada; más cerca, un grifo rebalsando; en esta orilla señaléticas como baquetas invitaban a los bocinazos; y atrás quedaba la vieja sapeando con los guardias motorizados.

Luego de un rato, volvimos a ensayar, y entonces justo antes de partir con una nota, nos llamaron para que viéramos el humo que cubría el barrio: ¡llegar y quemar a sólo tres cuadras! Se estaba quemando (y merecidamente) La Polar.

Desde aquel 4 de agosto, la banda de la que escribo dejó de existir luego de unos años, seguimos siendo amigos, aunque no todos viven en Santiago, así como Chile quiso cambiar, pero no lo han dejado. Eso sí, aquellos días inspirados terminamos saldando una nueva canción, esa canción se llamó La Deuda y decía algo así:

Recuperando lo que no negociaron.

Ojalá esta vez se muera el tirano.

Juventud gravada,

con la herencia se pinta la cara.

con alegría gallarda,

Así/ funciona/ la deuda!

La que se deben:

por sentir los derechos

como si fueran pecados,

¡la deuda por haber pactado!

Se acabó la siesta,

comienza nuestra fiesta.

Así/ funciona/ la deuda

¡Hagámonos cargo!

Así funciona la deuda

pagada un jueves cualquiera

que el largo invierno estaba esperando.