Quiénes somos

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Ante la necesidad de un espacio dedicado al desarrollo y cultivo de la Historia Social Popular, un grupo de profesores y estudiantes del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile, convocaron el pasado viernes 8 de abril de 2016 a los/as estudiantes interesados en el área para discutir y delimitar la naturaleza y aplicación de una idea: reinstalar a la Historia Social Popular en el debate académico y en las luchas populares del presente. Asistiendo estudiantes de todos los niveles y discutiendo en asamblea para deliberar el sentido y los objetivos de la naciente colectividad, nos decidimos a formar el Núcleo de Investigación en Historia Social Popular y Autoeducación Popular, proyectándolo como un espacio dedicado a la investigación, autoeducación y extensión, a través de los espacios y roles que, tanto como estudiantes y académicos/as, así como trabajadoras y pobladores del Chile actual, ocupamos en las luchas sociales que la clase popular lleva a cabo hoy en día.

Ya sea dentro del espacio universitario, realizando cátedras e investigaciones desde una perspectiva transformadora, o ya sea fuera de la academia, trabajando y construyendo colectivamente conocimiento junto a organizaciones sociales, el Núcleo se define por su trabajo de forma horizontal, tanto para sí como para con las organizaciones sociales – populares y redes afines, buscando tomar posición en los debates del presente, como un punto articulador de espacios entre lo político, social y lo académico.

Desde su creación, hemos realizado un trabajo constante y profuso de autoformación disciplinar y de debate político, como también nos hemos abocado a la formulación de proyectos bajo una perspectiva crítica sobre la extensión universitaria, para desarrollar tanto al interior de la universidad como fuera de ella. En particular destacamos la convocatoria abierta para la creación del libro 4 de Agosto. Testimonios de una revuelta popular, que relata las diversas experiencias y distintos repertorios de acción desplegados en la jornada de protesta nacional del 4 de agosto de 2011, proyecto que contó, por un lado, con la respuesta solidaria de decenas de compañeros y compañeras que confiaron en nuestra propuesta de crear un “archivo de las luchas populares” de acceso abierto y nos compartieron sus testimonios; y, por otro lado, que permitió la participación horizontal y comunitaria de la mayor parte de los miembros del Núcleo, tanto en su gestión como en su financiamiento. En tal proceso nos hemos afianzado y conocido como compañeros y compañeras y nos preparamos para continuar el trabajo y formular nuevos propósitos.

De ahí que actualmente estemos trabajando en la planificación de las VII Jornadas de Historia Social Popular que se realizarán en octubre, así como en la futura revista del Núcleo, como también proyectamos la creación de un repositorio digital que tiene como objetivo, a largo plazo, constituirse en un archivo del Movimiento Popular en Chile. Esperamos poder realizar estos y otros proyectos. Continuaremos trabajando por una historia y una educación desde y para la clase popular. Todos nuestros esfuerzos van en ese sentido.

¡Les esperamos en nuestras actividades y espacios!

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Integrantes del Núcleo de Investigación en Historia Social Popular y Autoeducación Popular junto al Dr. en Historia Julio Pinto.

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PRIMER COMUNICADO

Agosto de 2016

Introducción

En el contexto que Julio Pinto ha llamado “la renovación historiográfica experimentada en las filas de la izquierda” propia de la época de Historia en dictadura (1973-1990), diversas proyecciones historiográficas devinieron en diversas posiciones, perspectivas y metodologías, en función de constituir nuevos relatos historiográficos contrahegemónicos.[1] Frente a la clausura del espacio universitario por el control ejercido en ella por los militares, diversos historiadores e historiadores comenzaron a reflexionar simbólica y materialmente desde la derrota y la represión, respecto al pasado histórico que las había hecho posibles, incluyendo las experiencias históricas que los paradigmas ideológicos imperantes habían invisibilizado.en Chile. Reflexión que se dio de forma clandestina y bajo el amparo de organizaciones de signo eclesiástico y ONG´s, como en el extranjero, de cara al frío y al peso del exilio; ambos bajo el peso de la “seriedad de la muerte”.

Así, hacia la década del ‘80 se constituyeron una serie de puntos de referencia disciplinarios que permitieron la emergencia de un nuevo tipo historiográfico: la Nueva Historia Social.  La formación del Taller Nueva Historia por parte de estudiantes de la Universidad Católica como Mario Garcés y Pedro Milos y su trabajo en poblaciones y sindicatos; el desarrollo de los estudios del movimiento obrero y el pensamiento socialista de Eduardo Devés y Ximena Cruzat; la divulgación de la revista Nueva Historia de la Asociación de Historiadores Chilenos en el Reino Unido, así como la publicación del libro ‘Labradores, Peones y Proletarios’ de Gabriel Salazar, corresponden a algunos de los principales hitos del desarrollo historiográfico durante Dictadura. En conjunto, articularon toda una constelación historiográfica que además de realizar importantes avances en el conocimiento del pasado popular, reflexionaron y pusieron en práctica nuevas perspectivas y metodologías en el estudio de lo social, por lo que su aporte no debe ser comprendido sólo individualmente, sino como un conjunto que articuló una nueva etapa en el desarrollo de la historiografía local. En efecto, distanciándose de los historiadores marxistas clásicos, los autores de esta corriente comenzaron una “redefinición de la historiografía social destinada a dejar una huella profunda en el ejercicio de la profesión”, resignificando los paradigmas de análisis histórico estructural en función de entender la historia experiencial de nuestra clase popular; su Actio in rem scripta.  Lentamente, desde las universidades hasta las organizaciones populares, desde académicos doctorados en el extranjero hasta grupos de recuperación de memoria e historia local levantados por pobladores y pobladoras; la Historia Social -que pone en el centro de la historicidad a las experiencias y proyectos comunes de los sujetos populares para pensar desde ahí la totalidad social-, ha proliferado y se ha vigorizado en el campo de batalla de los saberes sociales.

Los historiadores pertenecientes a esta corriente, entre los que cabe destacar a Julio Pinto, Sergio Grez, María Angélica Illanes, Maximiliano Salinas, Eduardo Devés, Sergio González, Mario Garcés, Pedro Milos, Jorge Pinto y Gabriel Salazar –por nombrar algunos- han avanzado un buen trecho en cuanto a investigación y docencia se refiere. Pero el escenario se ha diversificado y multiplicado, a partir de la entrada masiva de hijos de trabajadores/as y pobladores/as a la educación superior –sea vía crediticia o de becas (conseguidas no sin miseria, esfuerzo y lucha)-, lo que ha intensificado aquel proceso donde el antiguo objeto subjetivizado del estudio –el campo popular-, se vuelve el sujeto que se reconoce y se estudia a sí mismo. Sin paradojas positivistas. Con posicionamientos claros. Dialogando con nuestra gente nuestros descubrimientos.

Con rigor disciplinar y con posicionamientos políticos, una nueva generación de estudiantes nos hemos apropiado de nuestra historia, mirando al pasado a través de los métodos y proposiciones teóricas que la Nueva Historia Social y la Ciencia Social en general nos han proporcionado. Una larga lista de tesis y escritos, así como diversos proyectos de historia local, memoria histórica y acción cultural que se han desarrollado en espacios no universitarios sobre nuestra historia, así (nos) lo comprueban. No podemos decir que los avances hayan sido pocos. Henos aquí.

Sin embargo, esta diversificación que han traído las nuevas generaciones no se ha traducido en un trabajo mancomunado. En general, la tendencia ha sido más bien la dispersión en cada uno de los territorios donde estos sujetos desarrollan sus prácticas investigativas, asociativas y organizativas; no a la confluencia. Escenario que se repite al interior del espacio académico donde la Historia Social Popular ha estado ausente en importantes debates actuales.

Lo anterior debe enmarcarse, además, en un escenario mayor donde los grandes problemas históricos de la clase popular se perpetúan. La continuidad de las experiencias de precarización, opresión, dominación, y exclusión que aún se yerguen sobre nosotros y nuestra clase, sólo se han profundizado desde el Golpe Militar del ´73. Más aún, han tenido una funesta radicalización y aprobación internacional con la “transición democrática” dirigido por la clase política civil y la elite empresarial actual. Tal continuidad, nos interpela a repensar y revisar las interpretaciones de nuestro pasado ya escritas, y desde las particularidades y rupturas que tiene nuestra estructura actual de dominación, investigar y sistematizar los procesos de acción, organización, educación, resistencia, derrota, aprendizaje, lucha y creación de los sujetos populares en los siglo XIX, XX y XXI. Esto nos permitiría utilizar experiencias, inteligibilizar procesos, y generar una teoría útil para las luchas que la clase popular lleva en el presente.

En este sentido, e intentando hacerse cargo de las problemáticas antes señaladas, es que nace el Núcleo de Investigación en Historia Social Popular y Autoeducación Popular, formado por estudiantes y académicos de la Universidad de Chile.

La economía política del saber popular: ¿Qué, cómo, y para quienes producir saberes?

Creemos que debemos investigar la historia de los sujetos populares como clase popular. Esto significa ver una relación vital o experiencial entre los diferentes sujetos populares, y a la vez expresa la necesidad política de remarcar la situación conflictiva de su posicionamiento en la vida social. Estudiar a la clase popular no sería nunca el observar un mero concepto histórico o una esencia abstracta, sino una serie de experiencias y relaciones sociales concretas, con sus contradicciones internas, sus luchas con la clase opresora, y sus dinámicas de movimiento recíproco. No se trata de estudiar pensando en un sujeto que encarna cierta realidad tipificada, sino desde la complejidad relacional de la vida siendo y pensándose en concreto, es decir: desde el pensamiento y la práctica histórica.

En ese sentido, estudiar a esta clase y su historia en los siglos XIX, XX y XXI -según los diagnósticos realizados-, requeriría de un particular tipo de acercamiento y de una forma posicionada de ser historiadora/or. En efecto, el núcleo consensuó que:

  1. Nos definimos como parte de la clase popular, y nuestras actividades estarán orientadas en relación a la realidad, o a los proyectos de nuestra clase. Lo que implicaría que nuestras investigaciones sobre la historia popular serían un investigar nuestra propia historia y condición, para utilizar ese conocimiento para los fines de nuestro pueblo mismo.
  2. La práctica investigativa y educativa no están necesariamente separadas y tampoco son neutras. Lo contrario sería naturalizar una situación históricamente hegemónica en el neoliberalismo. En ese sentido, nuestras investigaciones deberían estar concebidas por nuestros objetivos políticos de transformación social en relación a las organizaciones sociales, siendo los saberes derivados de tales investigaciones enseñados y construidos con nuestros compañeros.
  3. Tales principios, no implican intentar deformar o invisibilizar las diferencias que en nuestra condición de estudiantes e investigadores nos particularizan frente a otros miembros de la clase popular. Todos, como sujetos populares, operamos en nuestros espacios de acción vital: ya sean poblaciones, bibliotecas, fábricas, u oficinas, actuamos y manejamos conocimientos propios de una actividad determinada, utilizando las especializaciones que el mismo sistema capitalista nos ha proporcionado a través de la ultra especialización social del trabajo general. En efecto, si nos estamos formando como educadores e investigadores, debemos reconocer nuestras capacidades derivadas de tales actividades, y debemos plantear nuestros aportes al movimiento popular desde ahí. Investigando, educando, sistematizando, escribiendo, operacionalizando conocimientos, etc. Esto no excluye otros marcos y espacios de acción. Tampoco la inclusión de otros sujetos populares en nuestros espacios de actividad. Al contrario.
  4. Frente a las críticas a la Historia Social por mantener posiciones esencialistas e idealistas, en primer lugar, el núcleo afirma que nuestras investigaciones no pueden considerar como esencial a un sujeto histórico, menos aún, a una serie de ellos. En efecto, como historiadoras/es, debemos poder enfocar a los sujetos en su dinámica e historicidad propias, dejando de lado sustancias abstractas tras o sobre el devenir de nuestra gente. Sin embargo, esto no quiere decir que no podamos observar históricamente las experiencias comunes que las y los pobres hemos experimentado en diversos periodos históricos. Dar cuenta de ello, no implica en ningún sentido una visión metafísica o esencial de la historia de los sujetos populares, sino la posición ética y metodológica de poner al descubierto las ignominiosas continuidades históricas. Por otra parte, reafirmamos posicionados la crítica de idealistas respecto a la clase popular. Pues, no podemos apoyar sus reivindicaciones, estudiar sus proyectos e intentar aportar en nuestra emancipación y realización como clase, sino sentimos pasión por nuestra gente, si no vemos en nuestro pueblo ciertas prácticas o proyectos históricos -actuales o pasados- que queremos proyectar para la transformación de la sociedad en su conjunto. Esta afirmación, supone un posicionamiento en un lado de la trinchera. En efecto, nuestras actividades como núcleo se moverán a fin de proyectar las ideas que nuestro pueblo ha dejado tras su experiencia vital, en los procesos de transformación de la vida social actual.
  5. Aceptamos la diferenciación entre historia popular, historiografía popular y educación popular, afirmando a la vez su estrecha relación. Creemos efectivamente que los miembros de la clase popular actúan sobre su propia experiencia histórica, tanto como si se trata de su presente, como sobre las representaciones de su pasado. Y que, efectivamente, a lo largo de la historia el pueblo ha vivido procesos de autoeducación, donde tal memoria e historia adquieren consciencia de sí mismas, rearticulando y redifiniendo los repertorios de acción prácticos y simbólicos de los mismos sujetos. Por tanto, queremos aportar en esos procesos de reconocimiento y lucha histórica a través de nuestras herramientas y saberes.
  6. Las relaciones con organizaciones de la clase popular deberán estar prevenidas antes las relaciones de poder que se ejercen con la posesión y producción de ciertos saberes de tilde académico. El diálogo en este sentido debe ser una herramienta activa en el planteamiento de los problemas de conjunto. Tal conjunción problemática puede darse, por ejemplo, en la puesta en relación de los problemas sociales concretos con la estructura general de la sociedad. Tal reflexión estructural forma parte de las labores intelectuales de cualquier miembro de la clase popular. Pero nosotros, ubicados en espacios y redes privilegiadas para tal actividad, tenemos la obligación de operar en ese sentido. Lo que de ninguna forma significa desidentificarnos con la clase popular. Significa crear nuevas formas de práctica cultural basadas entre otros elementos, como en la afinidad y el diálogo. Construir con ellos como compañeros los mecanismos de control para la relación entre el saber específico y sus posibilidades de poder, socializándolos.
  7. Queremos ser parte de las disputas al interior del campo de producción científica. En ese sentido, dar la disputa a nivel teórico dentro de la universidad es importante, ya que aquí se construyen las visiones de mundo y se dan los conflictos de poder sobre las formas hegemónicas de hacer ciencia. Creemos que tal disputa no está fuera del ámbito del conflicto social, y que es un espacio que con la actividad del núcleo pretendemos copar. Participar de congresos, publicaciones, foros y demases, son objetivos a realizar.

Esto equivale a plantear la labor historiográfica en todos los frentes que nuestra posición nos permita articular. Todos son objetivos necesarios.

Teniendo estos aspectos claros, se puede responder a la pregunta sobre rol sociopolítico de nuestras investigaciones como núcleo, o dicho en los términos de la economía política del saber: para quién producir conocimiento. Con el presupuesto de que como investigadores y educadores nuestra labor es modificar las formas de comprender la realidad a través de la producción y reproducción del conocimiento, y teniendo en cuenta que la historia responde siempre a preguntas planteadas desde un presente, creemos que el conocimiento debería producirse para: a) el debate y disputa del espacio académico mediante la producción de saberes de tipo más general, y b) en función de las necesidades de las organizaciones con que trabajamos, tendiendo a la producción de saberes situacionales, retroalimentativos. En cualquiera de ambos espacios, lo situacional y lo general se relacionan. Lo situacional puede ser utilizado para retroalimentar las dinámicas de una organización, y en ese sentido se presenta como una tarea investigativa de apoyo para con las organizaciones de forma directa y orgánica. Pero este saber particular no puede ser utilizado de forma estratégica sin visiones más generales de la historia de los conflictos sociales. En ese sentido, las investigaciones de corte más general y académico, deberían a apuntar  a conocimientos que iluminen los aspectos más teóricos y totalizantes de la historia de la clase popular y sus conflictos, como son la búsqueda de elementos emergentes en el conflicto social histórico, que den luces sobre la sociabilidad y acción política popular a proyectar a futuro. La investigación individual o colectiva de tipo académico, en ese sentido, tiene, por su ubicación en el espacio social, la posibilidad de crear teorías generales o visiones de mundo que disputen el sentido común hegemónico a los sectores conservadores. Por eso, creemos que ambas tareas son ineludibles: lo urgente y  lo necesario, crear un conocimiento que sepa abanderarse junto a las organizaciones, pero que también sepa guardar esa distancia necesaria para observar los procesos históricos en sus múltiples determinaciones; en definitiva, tanto un  conocimiento que profundice las particularidades sociales donde nos ubicamos, como que permita una visión de la totalidad social articulable a los objetivos de nuestra clase.

¿Esto quiere decir que sólo deberíamos producir conocimiento de forma individual o como núcleo? No, también tenemos el objetivo de la producción colectiva del conocimiento. Avancemos.

Producción colectiva del conocimiento: ¿Por qué y para qué investigar con las organizaciones?

Se vería así más claro lo que es un verdadero pueblo con su propia ciencia ejercitada como herramienta vital, para la defensa de su identidad, de sus intereses y de los valores sustanciales que lo animan, una ciencia levantada ya a la altura del saber.” (Orlando Fals Borda, Ciencia, Compromiso y Cambio Social, p.319.)

De la discusión sobre los objetivos de la producción de conocimiento científico y el necesario diálogo que debe existir entre la producción de conocimiento y las necesidades de la clase  popular, llegamos al necesario cuestionamiento del por qué y para qué producir dicho conocimiento en conjunción con las organizaciones sociales populares. Partiendo de la noción de que como intelectuales estamos insertos en la realidad social y nos situamos  cómo y por tanto desde las experiencias de los sujetos populares, es que planteamos que la producción de conocimiento con las organizaciones sociales se vuelve necesaria y urgente si perseguimos un objetivo de transformación social. Ya que son ellas las que desde sus experiencias organizativas más concretas son capaces de realizar lecturas de sus procesos políticos particulares. Interpretaciones que sirven no solo para fortalecer la propia dinámica organizacional, sino que también para elaborar diagnósticos y plantear proyecciones futuras para otras organizaciones sociales a partir del conocimiento histórico tanto de los procesos organizativos como de las estructuras de dominación a las que la clase popular ha estado sometida. La historia en este contexto se vuelve una herramienta en el terreno de disputa social.

En este sentido, es que creemos necesario investigar con las organizaciones sociales, ya que son estas las que dotarán de sentido las investigaciones de los “intelectuales militantes”, poniendo sus necesidades como elemento primordial en el momento de la investigación: es así como la investigación adquiere un sentido práctico, en donde es capaz de alejarse de la dicotomía teoría-práctica propia del academicismo “burgués” -tal como lo señala Orlando Fals Borda al hablar de las metodologías de investigación-acción-  para poner en valor y uso un conocimiento que la propia organización categorizó como necesario.

Las organizaciones sociales son capaces de crear teoría desde la práctica transformadora, a través de métodos dialógicos y horizontales entre los propios miembros de la organización. Crean teoría desde la propia lectura de sus experiencias, analizando las condiciones de opresión de los determinados momentos históricos y los procesos organizativos que de ahí se van forjando.

Del mismo modo, nos vimos enfrentados a cuestionar cuál es el papel que como historiadores debemos cumplir en el trabajo con las  organizaciones, al respecto salieron diversas posturas que parten en enfrentar el hecho de que no toda investigación científica se utiliza necesariamente como insumo para las organizaciones sociales, sino que más bien, en la realidad actual de la producción científica, muchas de estas investigaciones no logran salir del campo académico ya sea por el formato en el que están presentadas o por el lenguaje en el cual se presente el contenido de dicha investigación. El papel del historiador, en este sentido, adopta una postura de “servicio” con las organizaciones sociales, ofreciendo su conocimiento y sus herramientas en el área de la investigación para recibir y comprender las experiencias de las clases populares y devolver este conocimiento ya sistematizado a las mismas bases sociales.

Del mismo modo, es importante no dejar de lado la labor crítica que debe tener el historiador con el conocimiento producido por las organizaciones, ya que es desde la crítica de donde nacen las nuevas directrices que pueden seguir las organizaciones, logrando diagnosticar y superar problemáticas a las que se enfrenten. Ahora bien, el papel que debemos adoptar no se agota en el mero “servicio”, sino que al trabajar con estas organizaciones nos hacemos parte de ellas, conocemos sus vivencias, nos incorporamos a una comunidad que nos da la confianza para que indaguemos en los recovecos de su historia, en los dolores, en los aciertos y los desaciertos que la propia organización ha tenido en su historia. En el ejercicio del trabajo compartido con las organizaciones es que nos hacemos parte de su historia y compañeros de lucha. Nunca olvidando que debemos mantener una capacidad de crítica, como cualquier sujeto organizado, desde nuestra posición como historiador e intelectual, para contribuir a dinamizar los procesos. Hay que trabajar con, desde, para y contra las organizaciones.

Por último, llegamos a la discusión del para qué investigar en conjunto con las organizaciones, viéndose como elemento central la importancia de recuperar los saberes que el pueblo a través de las organizaciones sociales produce y que tienden a morir o estancarse. La misión es identificar estos saberes, sistematizarlos y devolverlos al pueblo. Esto para que las mismas organizaciones vean sus aprendizajes de manera más amplia y general y así renovar sus posturas para la acción. En el ejercicio de la sistematización, vemos una opción para que las propias organizaciones se den cuenta de que los problemas que ellas presentan no son individuales sino que más bien responden a problemáticas comunes, más estructurales. Nuestro trabajo en este sentido es servir de herramienta para tales ejercicios intelectuales y políticos, poniendo en disposición y en valor este conocimiento o saber popular, sistematizándolo para el uso de las organizaciones populares.

[1] Julio Pinto Vallejos, La Historiografía chilena durante el siglo XX, p. 53.

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